EL TEMOR MÁS GRANDE QUE TIENE UNA MADRE,
ES PERDER A UN HIJO
Mis lágrimas rodaron hacia la cara sin
expresión de mi hijo. Kevin de nueve años de edad yacía agonizante en cuidados intensivos
por una reacción a la anestesia de simple apendicitis. La decadencia de Kevin
un domingo en la noche. Su corazón se detuvo en dos ocasiones. El lunes voló a
un hospital mayor. El martes sus riñones estaban fallando. La espera era
difícil. Mientras nos ocupábamos leyendo las tarjetas de buena voluntad que nos
llegaban, las flores en agua, nuestro ir
y venir a la cafetería del hospital, era todo lo que podíamos hacer.
De repente los doctores nos buscaban para consultarnos para los nuevos
tratamientos. Pero ellos nos decían que el progreso no era bueno. El miércoles
por la noche, mi esposo y yo platicamos, qué haríamos con lo que Dios nos
mandara. Nos pusimos uno frente al otro, nos tomamos de la mano para orar. Las
palabras de mi esposo salían de su corazón, se siente bien tener un esposo así,
te consuela. Lloramos los dos, hasta que
el dolor nos venció y nos bendijo con un poco de sueño.
Jueves por la mañana su enfermera salió
corriendo con lágrimas en sus ojos. El momento que no queríamos había
llegado. Este fue el día más duro de mi
vida. “ EL DÍA DE DEJARLO IR”. A todos se nos llega el momento del
dolor, del sufrimiento. Estando sola en el cuarto con Kevin me sentí bien,
incluso familiar. Muchas veces en casa
me encontraba en la recámara de mis hijos de rodillas pidiéndole a Dios que
mañana fuera más sabia. Estar aquí fue como en los viejos tiempos, pero esta
oración no fue por el mañana de Kevin, “SINO PARA AYUDARLO A ELEVARSE”. Encontré la fuerza para decirle adiós y dar a
mi hijo libremente a Dios, ello requería de mi más profunda confianza y
seguridad. Pero si yo podía amar a Kevin
de ésta manera ¿Qué tanto no lo amaría Dios?. Lo abracé y traté de ignorar el ruido de
todos los aparatos, mis palabras se quebraron:
“ADIOS HIJITO MÍO” mamá te ama, te voy a extrañar tanto. Papá y Travis ... lo harán también. “ ES
No se que voy a hacer, estando todo tan
quieto alrededor de la casa. Probablemente imagine que de repente saldrás. Tu
ausencia dejará un fuerte silencio. Viendo ir a papá con Travis sin ti, no se
verá bien porque cada cosa llevará un recuerdo de ti. Y siempre tendremos esos
recuerdos.
Al decirle adiós a Kevin me volví hacia
Dios, y le dije mi más corta y profunda oración. “AYÚDAME QUERIDO SEÑOR,
SÓLO AYUDAME A VIVIR SIN EL HASTA QUE NOS VOLVAMOS A REUNIR EN ESE NUEVO DIA”. No sentía reprochar nada a Dios. Solo una
profunda confianza entre Dios y yo. Al salir del cuarto humildad y confianza me
acompañaron. Dios me ayudó a
devolverle ese pequeño tesoro que me
confió por un poco de tiempo. Cuando Abraham caminó hacia la montaña dispuesto
a devolver a su hijo Isaac a Dios, debió sentir la misma confianza en Dios.
Yo
libremente devolví a Kevin, cuidadosamente pulido y hermoseado, como el
día que Dios me lo trajo por primera ves.
Hice un buen trabajo como mamá, aun duele pensar que mi trabajo ya
terminó con él. Pero mi confianza en la aflicción fue seguramente una
recompensa permitida por Dios. Pensaba
en su palabra: “Precioso es a los ojos del Señor la muerte de sus santos”
(Salmo 116:15) Caminando hacia el cuarto
de espera casi me sentía culpable, adorando y confiando en Dios, cuando esto se
supone debiera ser incomprensible. Alguna gente podría pensar que no amaba a mi
hijo, aún hoy, unos piensan que no vivo
la realidad, pero yo confío en Dios, en el cielo, porque yo sé que el cielo es
una realidad.
Kevin murió el 9 de Abril. Escogimos entender solo una cosa desde
entonces. “NUESTRO HIJO FUE HECHO PARA EL CIELO”. Si yo hubiese deseado morir entonces, solo
hubiera sido para mirar el esplendor del cielo con Kevin. Pablo escribió: “El
morir es ganancia...” (Fil. 1:21).
Jalado entre la vida y la muerte, yo entiendo. Viendo la morada gloriosa
de Kevin sería maravilloso, pero mi casa terrenal me necesita todavía.
Quiero sostener a mi otro hijo Travis. Será
noble y responsable, no reemplazara a Kevin, pero sí me dará una razón para
vivir.
El temor más grande para una madre es perder
un hijo. Fue el mío. En lugar de decir: ¿Porqué yo? O ¿Señor qué hice yo para
merecer esto? ¿Cómo aceptar esto, esta
actitud de adorar a Dios en el dolor?.
La aceptación empieza enfrentar el temor. Los cristianos debemos de
estar dispuestos a ello. Debe aceptarse
antes que llegue. Muchas noches atrás antes que Kevin muriera, yo había orado
al Señor para sentir aceptación, entender que yo solo era su madre y no su
creadora.
Confesando mi gran temor de perderlo, eleve
su alma y lo confié a Dios. ¿Podría Dios
detener la muerte de Kevin? Por
supuesto. El es Todopoderoso, pero para Dios la muerte es una promesa no un problema, él respondió mis oraciones
haciéndome entender esto.
Esta misma
aceptación tiene que estar en el matrimonio. En cada relación familiar. Dejar
ir a un amado es menos doloroso, y adorar a Dios es posible cuando aceptamos
ante él la diferencia entre amar y apropiarse de alguien. Entonces
podremos adorar al que creó a nuestros
amados y ver la muerte como una recompensa y no como un castigo. De otra
manera entraremos al dolor equivocado. “Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para
que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza” (1 Tes. 4:13).
No seamos como el joven rico en Mateo 19 que confiaba más en sus posesiones que
en la persona que había hecho todo esto posible. Seamos como Abraham en esa
montaña. Cada día ore, y prepare su fe para renovar su confianza. Y talvez Dios
llame a un hogar al que ama. Empiece por encomendar y confiar a Dios lo más
invaluable -